
El arte de juntar piezas pequeñas y configurar un conjunto armonioso requiere saber elegir los elementos individuales y, al mismo tiempo, tener en mente la visión general que se busca. El campo humanizado desde tiempos ancestrales, con un paisaje cultural hecho por la mixtura de naturaleza y mano humana, se ve desde arriba como un verdadero mosaico. A la naturaleza le van bien las parcelas pequeñas. A algunas actividades agrarias, también.
La etimología del mosaico se basa en la mitología griega, que lo consideraba una obra hecha o inspirada por las Musas, aquellas divinidades que generaban las artes. Cada uno le otorgará el origen que quiera, pero es bastante indiscutible que hay mosaicos que son una obra sublime.
Todas las cosas en nuestro mundo están hechas de pequeños fragmentos que constituyen un conjunto con presencia propia. Así se hicieron las rocas sedimentarias que forman la isla de Menorca, a partir de deposiciones de limos y granitos que fueron aferrándose a base de un tiempo geológico que nos cuesta asimilar. En ocasiones, se depositaba también algún animalito, que ahora aparece como fósil en las rocas sobre las que caminamos, y que algún día emergieron del agua empujadas por las fuerzas telúricas.
A vista de pájaro, toda la isla se ve como un mosaico. Es uno de los paisajes habituales en muchas zonas del Mediterráneo, donde los humanos intervienen desde que comenzaron a colonizar los terrenos próximos a su lugar de origen. La composición se ha ido haciendo a base de miles y miles de años.
Una suerte de mosaico son -somos- asimismo los organismos vivos. Una amalgama de composiciones que también en épocas antiguas fueron descritas por los llamados filósofos de la naturaleza. Ellos ya deducían que el mundo estaba todo construido por unas piezas muy pequeñas e indivisibles, que deshacían el montaje y empezaban uno nuevo siguiendo el ciclo de la vida.
Si abandonamos un poco la metafísica y aprovechamos las nuevas fases del desconfinamiento para ir a caminar por la isla, podemos ver algunos ejemplos, como los muros de piedra en seco. Sus constructores seleccionan las piezas más grandes y las van poniendo a los lados. Siempre orientando la parte más larga hacia el interior de la pared. El lado más plano, sirve para hacer contacto con la piedra previa. Al medio van las piedras más pequeñas, denominadas “reble”.
Si no se colocan bien cada una de las piezas individuales, no hay resultado de conjunto. La pared cae a medio construir. Entonces no hay mosaico, sólo teselas acumuladas sin criterio. Es algo similar a lo que ocurre cuando se hacen tareas sin planificar mucho. Se pueden ejecutar muchas tareas pequeñas y no llegar a ningún resultado. No es difícil encontrar ejemplos en la actualidad.
Las paredes delimitan las parcelas, que son espacios de cultivo y pasto. Las zonas rocosas no se solían aprovechar y han acabado colonizadas por vegetación silvestre. También hay áreas totalmente cubiertas de bosque, porque en su día no se transformaron y mantienen su configuración primigenia, o porque interesaba tener zonas para leña, o porque se abandonó la gestión y la naturaleza ha reconquistado el terreno.
A vista de pájaro, toda la isla se ve como un mosaico. Es uno de los paisajes habituales en muchas zonas del Mediterráneo, donde los humanos intervienen desde que comenzaron a colonizar los terrenos próximos a su lugar de origen. La composición se ha ido generando a base de miles y miles de años. Con ella, ha evolucionado también toda la fauna. A veces extinguiéndose, a veces extendiéndose.
Los estudios de valores naturales muestran cómo la estructura territorial que es rica en teselas diversas, también es rica en biodiversidad. Conforme las piezas se hacen más grandes, porque se eliminan paredes o manchas de vegetación silvestre, el paisaje pierde lozanía y la naturaleza también.
Hoy se ven muchas parcelas que muestran síntomas de agotamiento severo, fruto generalmente de la sobreexplotación en busca de una viabilidad que no se encontró. Algunas fincas están iniciando la recuperación de estos tipos de terreno para volverlos a dotar de capacidad productiva. Hacen pastar ganado, pero de una manera dirigida. Tratan de reproducir con animales domésticos la función de fertilización que en la naturaleza realizan los rebaños salvajes.
Para que funcione, hay que poner bastantes animales en poco espacio y durante un tiempo calculado. Así es como se comporta el ganado silvestre cuando tiene depredadores. Van todos juntos, pastan y abonan la tierra. Hacer esto a una parcela muy grande es más complicado y hay que montar cercados artificiales. Cuanto más pequeña sea una parcela, más fácil es manejar el ganado para intentar recuperarla.
Cada paisaje es fruto de su tiempo, dicen. Quizás hemos iniciado un nuevo ciclo donde ya no se eliminarán paredes de las parcelas, sinó que se añorarán. Ojalá esto sirva para mantener el sublime mosaico menorquín.
EL AUTOR
Miquel Camps, coordinador de política territorial del GOB Menorca.
Este artículo fue publicado en la web de la entidad el día 2/6/2020
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